4#NotasAlMargen: «Ateos que Creen en Dios»

4#NotasAlMargen: «Ateos que Creen en Dios»

Unknown«Ateos que Creen en Dios» no es poesía de Instagram, afirmación hecha sin desmerecer ningún vehículo expresivo para la poesía, género literario de minoritario público y por lo tanto deudor de cuantas ayudas pueda encontrar y de cuantos exploradores se adentren por las hendiduras que el mercado de cultura pueda ofrecer. De hecho Instagram ha traído a las plazas de la poesía a un público joven y entusiasta que busca reflejos de conmoción emocional escritos en lenguajes y estilos que no les sean ajenos.

Tal vez «Ateos que Creen en Dios» se inscribe más en la línea expuesta por Andreu Jaume en «Elogio de la poesía que no se entiende«, una poesía que «comunica antes de ser entendida». La propia obra ya declara sus intenciones de sendero poco convencional en su contraportada definiéndose como «una abstracción expresionista del concepto de Dios en forma de metáfora poética». Tras leerla incluso podría declararse como un ensayo poético, puesto que alejándose del estilo puramente formal y lírico de la escuela de la poesía pura (es decir, de la estética por la estética), es perceptible su vocación de comunicar algo al lector, un mensaje íntimo y místico que el autor probablemente ha resuelto que tiene menos oportunidad de articular en prosa.

La poesía puede ser a la prosa lo que la ópera al teatro, y ser elegida como medio comunicativo por su capacidad matemática para romper el lenguaje, recombinarlo, abstraerlo y hacerlo transcender, intentando aproximarse descriptivamente a dimensiones representacionales que muestran poca disciplina al pretender ser aprehendidas por el lenguaje convencional… como le ocurre a la idea de Dios.

En este contexto de abstracción, de intencionalidad descriptiva haciendo de la poesía una herramienta comunicativa sin renunciar a su función estética (incluso valiéndose de la estética como andamiaje filosófico), «Ateos que Creen en Dios» reclama ser reposado en la lectura. Escrito en formato de poema continuado segmentado en cuarenta y una estrofas de diversa métrica es un libreto breve -medio centenar de páginas- concebido para ser cantando en voz alta pero interiorizado en silencio. Hay que leerlo de a pocos y volviendo sobre los pasos, con digestión lenta y retornos constantes.

El poemario está entreverado de versos que recuerdan oraciones cristianas con el objetivo se sintonizar con el aprendizaje profundo del lector, con los vestigios de su educación religiosa, de forma que los poemas entren suaves a su repertorio sentimental, pero sin la pretensión de conceder a esas porciones facilitadoras de la lectura ninguna componente religiosa. El autor ya declara en la obra que todas las religiones representan distintas poéticas para intentar aproximarse a Dios, pero que no son la clave para llegar a Dios.

El recurso a ciertas rimas con eslabones extraídos de oraciones para sintonizar sentimentalmente con el lector  se revela enseguida como un método para acercarse con mayor facilidad al horizonte que persigue la obra, que no es otro que desmontar nuestras ideas preconcebidas, desarticular nuestros aprendizajes sobre Dios para desnudarlo de todo artificio y proyección humanos, pretendiendo despojarlo de todas esas cualidades -sentimientos, pensamientos, deseos- con las que Dios ha sido dotado en nuestro imaginario y que se parecen demasiado a las fragilidades humanas como para que tengan una mínima sostenibilidad más allá de la doctrina, el rito o la liturgia, planos válidos quizás para entablar una relación humana con Dios pero torpes cuando el contacto que se anhela es más directo, más místico. De ahí que el título de la propia obra sugiera que Dios no es inaccesible siquiera a quienes lo niegan, pues es probable que la negación se aplique sobre una determinada construcción humana de la idea de Dios y se desvanezca al comprender que, tras la confesión religiosa y la fe, Dios se materializa permanentemente a través del mundo, de sus cosas y criaturas.

«Ateos que Creen en Dios», firmado por Andrés Montero y editado por Caligrama, es un libro para tener y ser leído, para dejar encima de una mesa y acudir a su encuentro sin prisa y sin más continuidad que su propia presencia, tomándolo a pequeños sorbos, olvidándolo para recordarlo más tarde, sintiéndolo y pensándolo. No parece buscar la fe, sino al Dios espiritual que todos llevamos dentro casi mediante programación de serie, que unos rechazan, otros canalizan a través de religiones y los más, sintiendo una inquietud interior, no saben siquiera definir y exteriorizar.

La propuesta literaria e intelectual que nos hace el autor, no obstante, tiene dos handicaps: su forma es la poesía y su fondo es Dios. Ambas vigas maestras del libro nunca han sido muy populares y el desafecto hacia ellas se ha recrudecido en los tiempos que corren; la poesía es un género difícil de colocar en el mercado -incluso hoy a pesar de Instagram- y Dios es para la posmodernidad tecnológica actual un anacronismo. Como compensación, no obstante, la poesía que ofrece el autor es digerible y musical, casi como un rap; y el Dios que formula el poemario no es un dios religioso o confesional, sino un dios espiritual, desintrumentalizado de servidumbres y complejos humanos, ése que puede ser visitado por quienes tienen un inquietud espiritual para la que todavía no ha encontrado su sitio. Al mismo tiempo, no es un texto anti-religioso, sino todo lo contrario, aceptando las religiones como algoritmos humanos desarrollados con el propósito de encauzar las conversaciones con Dios desde cada cultura, desde cada matiz y desde cada incapacidad humana para comprender el infinito.

Puede intuirse que Andrés Montero intenta transmitirnos un mensaje poderoso con cierta entonación mística, aunque en general lo hace desde una posición críptica, como por otra parte le ha venido ocurriendo a muchos de quienes antes lo han intentado. Nos preguntamos si en algún momento podremos escuchar al autor descifrar ese mensaje.